Desaparece todo aquello que podría definir autorías. Autorías que serían insignificantes realmente. Emerge la palabra, el verbo que decide, la autosuficiencia del vocablo que opta por abandonar el exilio. El exilio de la timidez, de la pereza, de la sobriedad, de todo aquello que comporta un obstáculo para su expresión.
Después llega la frase lamentable. El verso incomprendido que sirve para sentirse durante un segundo, que no expresa nada. El vacío hecho letras.
Pensarlo es deprimente. Pensar que todo esto es fruto quizá de una rama del capitalismo, o de la cultura occidental, o de la literatura hispanoamericana. Lo que sea. Todo esto es fruto de algún defecto en la cadena de órdenes implícitas. Y unos cuantos sufren, y escriben, y se hacen los incomprendidos. Y después nada. Todo es humo, todo es vacío y nunca se llena.
Y después, y esto es sin duda lo peor, llegan unos cuantos. Y dicen Sí es cierto, eso que escribías es verdad, yo también me he sentido así. Algunos, todavía peores, se atreven con un Yo también lo expresé así, y eso todavía duele más en el ego.
Porque a todos nos gusta sentirnos especiales, únicos, importantes. Decir, pienso esto, y soy la primera persona que lo piensa. Estoy expresando un sentimiento que tengo tan profundo, tan mío. No valen las complicidades, no valen los Yo también lo he pensado muchas veces.
Así, y solo así, se llega al silencio resignado. A la eliminación de frases sinceras, que salen de dentro, que expresan sentimientos sinceros. Esto lo provoca el miedo a ser típico, a escribir lo que otros ya escriben. Estupidez casi tierna que invade a todos aquellos que nos creemos especiales. Que fácil sería escribir las frases más previsibles, los versos más repetidos, sin miedo a ser típico, a ser todo aquello que la gran mayoría es. Escribir Tus ojos azules como el mar, o Tus dientes blancos como perlas, como escriben todos aquellos que ven una película de poetas, y sentirse bien, sin importar la originalidad, o el vocablo inesperado. Qué feliz sería la escritura sincera y predecible, la expulsión terapéutica de todo aquello que ahoga nuestra existencia. Y no necesitar mil comentarios, no necesitar un comentario. No exponerlo al público. O exponerlo con la tranquilidad de quien expone algo inútil, de quien vende un montón de objetos inútiles en un mercadillo, solo por el placer de sentarse en una silla a esperar que las horas y las personas pasen, disfrutando del viento. Y los papeles tirados en el suelo, los coches pasando, los niños mirando algún objeto extraño. Y todo fluyendo, como miel más que como agua, despacio, con la tranquilidad de quien se sabe derrotado, con la pesadez de quien sabe que muere con la verdad.
Quiero notas musicales en mi teclado. Quiero una melodía que cierre los ojos. Que se duerma, y duerma con ella a mis dedos. Ellos dormirán mi cerebro. Después tendría que dormir mi corazón, si no fuera más que un conjunto de músculos y tendones imperfectos que bombean sangre por todo mi cuerpo.
El sexo a tiempo, o un café y una sonrisa de complicidad. Todo se difumina, se vuelve triste.
Las lágrimas están sobrevaloradas. Es más difícil sentarse, no escribir nada, y arrepentirse por ello. Esto es todo lo contrario, la opción más cobarde. El verso que se disfraza de texto.
ja!
basura.
basura esas personas que se enamoran de letras y palabras.
Posted by: H. en: 5 de Octubre 2007 a las 06:56 AM¿Quién ha sido el jodido genio que ha escrito esto? ¿Inefable ha resucitado?
Posted by: Nombre en: 5 de Octubre 2007 a las 06:38 PMvaya borrachera más provechosa. Tendré que regalarte muchos litros de calimocho rubio, a ver si así te dan en próximo Planeta y me llevas a París.
Posted by: tatataaaai en: 5 de Noviembre 2007 a las 11:05 PM Escribe un comentario